Bienvenidos

Hagamos juntos un camino que se anda con los ojos, un camino construido con letras. Un camino cuyo final pueda ser elegido y diferente para cada lector. Y es que a veces caminando podemos descubrir que la vida está llena de maravillas, solo tenemos que caminar sobre el libro adecuado.



domingo, 28 de febrero de 2010

Dame fuerzas

Encerrado, entre cuatro paredes, que piensan y actúan por sí solas, cada vez me parece mayor esta habítación. Se me hace inmensamente grande, la soledad me abruma y me pierdo dentro de mi propia mente, viajando entre recuerdos, experiencias y sentimientos. Una descarga eléctrica impulsada a través de una de mis neuronas me obliga a dejar caer una lágrima, que tumbado en la cama moja mi almohada.

Con los ojos llorosos y mirando hacia arriba, soñando como siempre, y el brazo estirado con la mano abierta. Sueño lo mismo de cada noche, cada día, cada segundo. Sueño en poder agarrar tu mano, y mirando la mia, lo imagino perdiéndome en un sueño que me lleva hasta mañana. Desgraciadamente los ángeles siempre están demasiado lejos de mi alcance.

Sus ojos... Tristes, no pude evitar llorar al verle, ese angel con ojos vacíos y carentes de luz, destinados a vivir para ver la felicidad ajena. Una felicidad que provocan ellos, y que nadie jamás podrá hacerles sentir. Es triste el pensar que algo tan bello y con un mensaje tan bonito, sea a la vez lo más triste y desesperante del mundo. Porque los ángeles no son otra cosa que esclavos de la desgracia.

Al parecer nunca me he dado cuenta, pero tengo un ángel en mi vida. No tiene alas, pero me hace volar. Sus ojos no son tristes, pero me hace feliz, y lo más raro de todo, está al alcance de mi mano... Al alcance de mis labios y escucha mis palabras. Sólo espero que no le crezcan alas y huya lejos, pues necesito a este angel con forma de mujer que me da fuerzas para seguir con esta insulsa e insatisfecha existencia.

lunes, 22 de febrero de 2010

Lecho de asfalto

Deambulaba simplemente, sin nada en la cabeza, las manos, ni el estómago. Varios días sin comer y sin higiene, aunque sí que había bebido. Había tomado más de lo que podía permitirse, lo que le había hecho ganarse una buena golpiza. Su aliento era una suma de olores desagradables y sus pasos avisaban que iba ebrio.

La noche hacía ya mucho tiempo que se había transformado, antes bonita y sugerente, ahora aterradora, insulsa y fría, como todas las miradas que recibía. Sin rumbo continuaba caminando preguntándose cuándo había caído en este pozo de alcohol, mezclado con esencias, dolor y alegrías fugaces. Tan efímeros eran sus momentos de cordura que sólo llegaba a recordar parte de su vida pasada, ahora solo tenía un único amigo.

Ya sentía que no quería andar más, bajo un cartón se refugió, mientras todo a su alrededor giraba sin explicación alguna. Una pareja de jóvenes se cambiaban de acera para no pasar cerca del mugriento vagabundo, que allí tumbado hedía a alcohol y tabaco. Su pelo ni corto ni largo, enmarañado y sucio, acomodaba su cabeza en el suelo sobre una colilla a modo de almohada.

Se sumergió por un momento en un bienestar imaginario, que arrastrado por un frío viento le devolvió a la cruda y fría realidad en la que se encontraba. Una vieja atracción del pueblo que los niños temían y los adolescentes parodiaban. Una triste historia detrás de cada cicatriz de su viejo y desgastado cuerpo, que tras años de errabundo empezaban a borrarse con la edad, y a esconderse entre las arrugas y la inmundicia. Junto con una insignificante existencia que nadie lloraría al desaparecer... Eso es lo que era.

El ruido del día le despertó entre caminares que le esquivaban mientras seguía tumbado en la acera. Se quitó de encima el cartón mojado de orines pertenecientes a quien no le respetó mientras dormía, y que su olfato mutilado por su propio olor corporal no consigue captar. La luz se metía en sus ojos como si de polvo se tratase, dañándole y manteniéndole sin visión alguna durante un buen rato. Acostumbrándose a la luz del único cuya mirada no había cambiado en estos años, se incorpora para ocupar su lugar habitual.

La cabeza le zumbaba con cada sonido que escuchaba, puede sentir dentro de ella hasta el más leve de ellos, y que forman un eco tan potente que la creía a punto de estallar. Después de un par de minutos andando llegó a su destino, una puerta de madera vieja en cuyo limen dejó caer el cuerpo, más pesado que de costumbre.

Horas de espera terminaron cuando el párroco abrió la puerta, una pequeña bolsa con dos nudos que la cerraban, sería el sustento del día. El párroco apenado y apestado, se marchó deseando que la suerte de ese hombre cambiase, y que no sólo usase el agua para beber. Pocos segundos le dura el pellizco de pan y la lata de sardinas que el señor le brinda. Sintiéndose ligero y con ciertas fuerzas renovadas, la puerta de la iglesia es la próxima parada de su día a día.

A las puertas de la casa del Dios que le da la espalda, espera un generoso donativo de cada fiel que acude a rezarle a los crucifijos. Pasan, ignorándolo algunos, otros le huyen a su heder. Mientras espera, recuerda, días felices junto a su familia fallecida, lo que le hizo caer en una depresión ya ahogada en la retentiva de su consumido cerebro.

Pocas monedas caían en su mano, suficientes para calmar la sed esa noche y llevarle nuevamente a ese círculo vicioso que le perseguía. Finalmente se levantó perdido en sus recuerdos, caminaba sin sentido por las calles empedradas. Se dirigía a la última estación del tren de su rutina.

Unas puertas se abren al detectar que se acerca, el supermercado sospecha que ha entrado. Vigilado por cada ojo del lugar, saben que intentará rapiñar cualquier cosa sin ser visto, bien para comer, bien para beber. Las calles se vacían al pasar, la de las bebidas su favorita, aunque solo para una le alcanzaba el presupuesto. Con una botella de zumo de cebada se acerca a facturar antes de ser cacheado por el miembro de seguridad del establecimiento.

Así con la botella en la mano, que poco tiempo tarda en llevarse a la boca, se dirige a su perdición diaria. A esperar a que la noche, el frío y el asfalto le den cobijo hasta un mañana incierto.

viernes, 19 de febrero de 2010

Sueños

Una vez me contaron una historia, sobre las personas, sobre lo que somos en realidad y en lo que podemos convertirnos. Una historia llena de soledad, amor, incertidumbre, impaciencia y odio también. Donde la vida se regía por cosas importantes, cosas que los hombres necesitaban, y según pienso, cosas que todavía necesitan para vivir. Cosas que buscan para su propio bien, y no para el bien de otros. A veces más importantes que la familia, los amigos o las personas que amas. Tan importante en ciertas ocasiones que la vida es sólo un medio para conseguirlos, para conseguir nuestros sueños. Y es que hay veces que lo que nos da fuerza para aferrarnos a la vida son los sueños y nada más, convirtiéndose la vida en el camino y el sueño en el final.

Todo hombre tiene dentro una espada que utiliza para abatir a sus enemigos, una espada de doble filo que puede ser usada como una herramienta para ganar cosas preciadas en cada batalla, como también para protegerlas. Pero el otro filo es todo lo contrario, destruye quimeras. En ocasiones los sueños se persiguen en solitario, otros en compañía de otras personas que entrelazan sus metas con las tuyas formando un torbellino, que ambos esperáis que os lleve lejos. Ese torbellino suele arrastrar otros sueños y los destruye en el camino de ascenso hasta la cima, donde la felicidad aguarda.

Un sueño puede hacer feliz a un hombre o hacerlo sufrir. Puede hacer que se sienta vivo, y matarlo también. Y en toda ocasión es mejor estar muerto, que sentirse como tal.
Al principio, un sueño no es más que una idealización de los proyectos de futuro, que poco a poco va tomando forma y convirtiéndose en una propia utopía. Hay sueños más asequibles que otros, sueños que nunca se cumplen y sueños que con sangre, con sudor y, para qué dudarlo, con suerte se cumplen.

También podemos encontrarnos con personas que no sueñan, personas que mantienen su vida tal y como es. No necesitan más que lo que tienen, y no esperan acrecencia alguna. Para mí es una visión bastante triste de la existencia, el creer que no hay nada más en la vida que vivir durante mucho tiempo y morir en vano. Me resulta insoportablemente vacío un corazón que pueda vivir sin sueños. Siempre pensaré que quien cree así, únicamente es un cobarde que no fue capaz de luchar con todas sus fuerzas por conseguir llegar a su propia ilusión.

Una triste existencia puede perseguir a un hombre que ha sido abandonado por sus sueños, que aunque no están presentes siguen guardados en lo más profundo de su corazón malherido. Es cuando se da cuenta de que sólo son sueños, sueños que seguir poco a poco y sin desesperar, pues es en ese mismo momento donde pueden hacerte morir por dentro dejándote vacío.

A pesar del triste final que siempre me ha presentado esta vieja historia de los sueños, yo sigo buscando mi camino. Sigo buscando la forma adecuada de perseguir mis fantasías en paz. Un camino que me lleve hasta mi propio final feliz, sin necesidad de arrastrar el dolor de los que me rodean al haber destruido sus sueños.

jueves, 18 de febrero de 2010

Paseo Diurno

Cansado de vivir en la noche, decidió no dormir un día para salir junto con el sol. Las calles de día tenían un aspecto completamente diferente. Todo adquiría más musicalidad, pero echaba en falta la misteriosa bruma que se movía en la noche. A diferencia del periodo donde la oscuridad era la reina de la ciudad, ahora podía ver gente en cualquier lugar. Podía ver el final de los edificios que por la noche no tenían límite y se mezclaban con el cielo.

Caminar resultaba mucho más difícil con las aceras siempre llenas de personas, echaba en falta caminar por cualquier carretera casi sin problema ni obstáculo, como lo hacía en la noche. De todas formas, le resultaba agradable la tenue luz calurosa que le llegaba de un sol que hoy no apretaba tanto. Oculto entre las nubes parecía acariciarlas como si el cielo fuese un lecho de amor en el que retozaban juntos.

También pudo notar un aroma muy diferente al de la noche, que cambiaba con el humo de los coches y el olor a comida proveniente de las improvisadas tiendas de comida rápida que nunca había visto. Todo era completamente diferente, realmente colorido en comparación con la negrura de las sombras en las que solía vivir. La gente reía, cuando lo que acostumbraba era a ver caras serias, que rápidamente se escabullían por los callejones. Aquí la gente andaba despreocupada en lugar de vigilar su espalda.

La ciudad con luz o sin ella, como si del invierno y del verano se tratase, el cielo y el infierno. De noche parecía un lugar completamente diferente y alejado al día, un lugar más frío, más sombrío, tenebroso y tranquilo. La tranquilidad que se respiraba en la oscuridad era lo que le hacía elegir la noche, la ausencia del ruido diurno. Pensándolo bien no la elegía, pues sufría de insomnio.

El primer amor

Siempre tenía la impresión de que me faltaba algo. Empezaba a cansarme de la rutina diaria. A veces me sentía solo estando rodeado de personas. Cuando eso pasa me asusto y huyo. Me atormentan los sentimientos ¿Por qué siempre me siento solo? Se supone que soy afortunado. Aun así los días pasan uno tras otro, siempre iguales, siempre normales, siempre vacíos.

Empezaba a preguntarme si merecía la pena vivir así. Quizás no debería estar pensando en este tipo de cosas, pero, sin quererlo, ese sentimiento siempre acababa llenando mi pecho e inundando mis ojos. Soledad, un sentimiento tan extraño y complejo que no lograba comprenderlo, pero lo sentía con tanta fuerza que me desgarraba por dentro.

Entonces apareció ella, estaba impresionado. Esa chica que estaba frente a mí con la cabeza siempre alta, con esa mirada tan segura que no dudaba, sabía el camino que debía seguir. Sabía lo que quería en la vida. No tenía nada que ver conmigo. Poco a poco fui sintiendo la necesidad de conocerla mejor, de saber lo que le preocupaba y que me contara sus problemas. ¿Se sentía sola como yo? ¿Era feliz?

Algo estaba cambiando en mi interior. Su presencia expulsaba el sentimiento de soledad. Ella, sin saberlo, estaba cambiando mi vida, convirtiéndose en mi centro. Me di cuenta. Necesitaba que me prestase atención. Necesitaba mirarla a los ojos y decirle cuanto la quería. Necesitaba agarrar sus finas y suaves manos, besar su cálida cara para después deslizarme hasta sus labios. No podía negarlo, por primera vez me había enamorado.

Siempre pensé que era una persona inasequible, me equivoqué. Lentamente la fui conociendo, y tras esa fachada que creaba ante los demás se encontraba alguien débil e insegura. La nueva faceta me gustó tanto como la anterior. Quise eliminar sus inseguridades, protegerla y darle fuerza para afrontar todo cuanto necesitase.

Finalmente me decidí a decirle lo que sentía. Una noche, una larga calle y un momento de soledad en el regreso a casa se convirtieron en la situación perfecta. Mi respiración luchaba contra mí, y con bastante esfuerzo conseguía mantenerla dentro de la normalidad. El corazón empezaba a acelerarse y hablar se hacía cada vez más difícil. Después de un breve silencio que me pareció durar siglos nuestras manos chocaron y la agarré. Agachó la mirada sonrojada, y agarrándome con fuerza me besó.

En los días que siguieron estaba tan feliz, tan contento de poder pasar tiempo con ella. Todo era perfecto, le daba a mi vida el equilibro que necesitaba. Consiguió calmar el monstruo de mi interior y hacerme sentir aliviado y liberado. No quería nada más que eso, no sabía que existiese esa sensación. Descubrí un mundo diferente al que siempre había vivido, donde sólo estábamos ella y yo.

Mis obligaciones no me dejaban pasar tanto tiempo como hubiese deseado con ella, pero con el poco tiempo que podía me resultaba más que suficiente. Pasaron dos días sin vernos, pero no notaba ni una pizca de distancia. Cada vez estaba más y más enamorado.

Un mensaje soltó de nuevo el monstruo en mi interior y las lágrimas en mis ojos. La distancia que yo no notaba había matado el amor que ella una vez sintió por mí. La ausencia de sentimientos le habían convertido en prescindible y ya no cabía una pareja entre los dos. La amistad, cosa que yo no sentía, era lo que ella me pedía.

El tiempo curó las heridas que su ausencia me provocó. Como pude, me deshice de ese amor que sentía por ella, pero no lo olvidé. Guardé cada momento dentro de mí, en lo más profundo, junto con una nota que decía: No olvidar.

martes, 16 de febrero de 2010

Viajes Nocturnos (Introducción)

Porque una vez pasada la media noche, nuestra mente entra en discordia con el cuerpo y vuela lejos. Y los que sufren de insomnio, como yo, viajamos entre los sueños. El subconsciente nos lleva a los lugares más difíciles de encontrar, con los caminos más peligrosos por recorrer y las incógnitas más complejas por resolver.

En uno de esos viajes mi mente me llevó a un club nocturno, del que me hice cliente VIP. Ahora adicto a permanecer aquí, cada noche vuelvo para dejar mis pensamientos en libertad junto con los de mis compañeros de viaje. Gente con las mismas inquietudes y problemas se acercan a este lugar para, juntos, empezar a comprender este zafio mundo que ya nada respeta.

Sumergidos entre líneas constatamos nuestras vidas en un suspirar intranquilo, que nos lleva a un mundo de fantasía y ensueño, el cual solo puede ser visto por la noche. Arrastrados por un viento frío e impetuoso que recorre la noche para llevarnos a la más profunda tranquilidad. Sólo la luna como testigo de esta demente vida nocturna.

Pero al final la luna siempre acaba bostezando y ocultándose, para dar paso a una luz más potente y calurosa que devuelve la mente a lo carnal. Terminando así un viaje digno de haber sido hecho en el autobús noctámbulo.